Viene de Breve Historia de los Cementerios I
El exilio de la muerte
La convivencia con los muertos fue habitual hasta finales del siglo XVII cuando comenzaron los primeros signos de incomodidad ante el uso compartido del suelo entre los vivos y los muertos. Esa cercanía a la que se habían acostumbrado a lo largo de los siglos, y a la que estaban familiarizados, comenzó a romperse por diversos rumores de todo tipo, desde ruidos bajo las lápidas a enfermedades contagiadas tras visitar alguna iglesia. Todos estos rumores fueron objeto de estudio de ilustrados y médicos del siglo XVIII que consideraron que existía “una relación entre el ruido y las tumbas, las emanaciones de los cementerios y la peste”.
Además, comenzó a relacionarse el cementerio como vestíbulo del infierno, a pesar de tratarse de suelo consagrado y que sus tumbas estuviesen defendidas ante el mal, en sus alrededores podrían actuar tanto el demonio como las brujas. Así que la peste, el diablo y el cementerio se convirtieron en los tres vértices de un triángulo de influencias recíprocas.
Podemos atribuirle al protomédico del papa Clemente XI, a comienzos del siglo XVIII, el primer proyecto de construcción de cuatro cementerios públicos fuera de Roma, que, sin embargo, no pasó del papel. Pero a partir de ahí se multiplicaron otros proyectos e informes con el mismo objetivo en España y otros países. Encontramos denuncias y peticiones de no enterrar dentro de las iglesias por motivos de salud desde la segunda mitad del siglo XVIII, y como alternativa se propondrán otras ubicaciones fuera de las ciudades.
El siglo XVIII será el siglo de higienistas y racionales, y se denunciará la insalubridad de los cementerios prohibiendo definitivamente enterrar en el interior de las iglesias por considerarlo causa de epidemias. Según alguna de estas teorías ilustradas, el aire infectado traspasaba el mal a distancia corrompiendo todo lo que tenía a sus alrededores. De esta manera se volvió a instaurar la vieja separación espacial entre los vivos y los muertos, ubicándolos en las afueras de la ciudad.
Francia sería la primera en decretar la prohibición de enterramientos en las iglesias, pero España no tardó en seguirle. El 3 de abril de 1787 Carlos III decretó el suyo a través de una Real Cédula en que se prohibía severamente enterrar en las iglesias en beneficio de la salud pública restableciendo la antigua disciplina de la Iglesia en el uso de los cementerios extramuros según el ritual romano y ordenando el uso de cementerios ventilados para sepultar los cadáveres de los fieles. Solamente quedarán reservadas como excepción mediante la ley II, título 13 de la partida 1ª las condiciones de los que podrán seguir enterrándose en las iglesias, exclusivamente gente “de señalada virtud” instando a la Iglesia a correr con los gastos.
Sin embargo no llegó a cumplirse, y en 1804, una circular de Carlos IV hubo de recordarla y exigir su aplicación. Se sucedieron disposiciones complementarias y Reales Ordenes sobre el mismo asunto desde 1799 hasta 1840, sin embargo a mediados de siglo aún no se habían construido cementerios fuera de poblado en más del 50% de los pueblos de España.
El primer cementerio que se construyó bajo auspicio real, anejo a un lugar muy concurrido por su cercanía a la Corte y financiado por el erario real, fue el cementerio del Real Sitio de San Ildefonso, por inspiración ilustrada francés y no fue hasta 1804 cuando el Gobierno empezó a llevar a cabo un plan de construcción de cementerios municipales en España.
La guerra de la Independencia se encargó de cortarlo y retrasarlo, a pesar de los impulsos dados por José I en 1809. Además se sumaron problemas jurídicos entre el municipio y la iglesia sobre de quien era la jurisdicción y sobre quién era el que tenía que sufragar los nuevos cementerios que también influyó en el retraso.
Desde la orden de 1787, la construcción recaía sobre los párrocos mediante el dinero de las fábricas de las iglesias pero esto debió de modificarse en 1806, 1833, 1834 y 1840, auspiciando a los Ayuntamientos a su construcción y dándoles facilidades financieras. En el Reglamento de 8 de abril de 1833 se determinaba que “los cementerios sean construidos con fondos municipales aunque su custodia seguirá correspondiendo a las autoridades eclesiásticas.
Tipología de los nuevos cementerios
Como Richard A. Etlin explicó en su obra The arquitectura of Death, se produjo un intercambio de diseños de estos nuevos espacios entre Inglaterra y Francia puesto que el “Jardín inglés” dieciochesco en el que se incluían mausoleos y tumbas dentro de un paisaje fue adaptado en Francia, cuyo máximo exponente fue el cementerio de Pere Lachaise, y éste convertido nuevamente en modelo a imitar fue importado a Inglaterra influyendo en el diseño de Kensal Green y el cementerio de Highgate, aunque con la diferencia jurídica de que estos últimos eran privados para sus ilustres clientes y el cementerio francés era municipal, en cuyo diseño se incluían fosas gratuitas para pobres financiadas con los ingresos que provenían de otras partes del cementerio.
A pesar de esto, con el tiempo los nuevos cementerios se fueron quedando sin espacio y su arquitectura tuvo que ser replanteada desde dos posibles direcciones, o arbitraban soluciones para que el jardín continuara siendo protagonista en su diseño, fieles a la tipología de cementerio-jardín, o se cedía ante el empuje de la arquitectura olvidando en su desarrollo la planificación inicial del conjunto. El mundo Anglosajón, Centroeuropa y la zona norte seguirán fieles al paisajismo mientras que la Europa mediterránea tenderá hacia el segundo modelo.
Las causas de esto pueden ir desde la geografía hasta motivaciones más internas, puesto que en los países con una buena climatología se hacía más favorable el cuidado y mantenimiento del jardín que en la zona Mediterránea, que corría el riesgo de convertirse en un erial si no se cuidaba correctamente, tendiendo al embellecimiento mediante mausoleos y panteones. En Málaga podemos disfrutar fácilmente estas dos tipologías tan diferentes en Europa en menos de 2,5 kilómetros uno de otro, el cementerio de San Miguel totalmente arquitectónico y ornamental frente al cementerio inglés totalmente ajardinado.
Volviendo a estas dos líneas de desarrollo, debemos explicar cómo terminaron generando versiones radicalizadas de sí mismas. El cementerio-jardín terminó radicalizándose con el tiempo en un cementerio paisajístico abierto y despejado que huye de la escenografía de jardín romántico, más igualitario desde su concepción y mucho más simple en su simbolismo frente a los tradicionales signos de ostentación, expresando sus significados por abstracción y siendo el Cementerio del Bosque en Estocolmo fiel ejemplo de este tipo.
A su vez, los cementerios de las grandes ciudades mediterráneas e hispanoamericanas trasformaron el espacio en una ciudad a pequeña escala, una maqueta en la que imperaba el horror vacui y en la que se reproducían las imágenes suburbanas de las sepulturas y nichos más modestos frente a otras maravillas arquitectónicas de todos los estilos, coexistiendo clasicismo, historicismos variados y modernismo como si de un catálogo de arquitectura o de esculturas se tratasen, expresando sus significados mediante el dramatismo y el efecto acumulativo, sirviendo de ejemplo el Cementerio monumental de Staglieno de Génova.
Fuentes
VVAA, Actas del I Encuentro Internacional sobre los Cementerios Contemporáneos. Una arquitectura para la muerte. Sevilla, 1991. Edición: Sevilla, Consejería de Obras Públicas y Trasportes de la Junta de Andalucía, 1993
MARÍ, Antoni, “Tumbas, criptas, cementerios y otras formas de recogimiento” en HALLADO, Daniel, Seis miradas sobre la muerte, 2005
BLANCO, Juan Francisco, La muerte dormida: cultura funeraria en la España tradicional, Valladolid, Universidad de Valladolid, Secretariado de Publicaciones e Intercambio Editorial, 2005
ARIÉS, Philippe. Historia de la muerte en Occidente desde la Edad Media hasta nuestros días. Barcelona, El Acantilado, 2005