Hoy hace 29 años que falleció en nuestra ciudad el gran poeta de la Generación del 27 Jorge Guillén. 91 años llenos de idas y venidas desde que empezara a estudiar sus primeras letras y Bachillerato en Valladolid, continuara sus estudios de Filosofía y Letras en Madrid alojado en la famosa Residencia de Estudiantes y se licenciara en la Universidad de Granada.
Personalmente nos lo imaginamos desde el más profundo cariño con una maleta siempre preparada detrás de la puerta, no fue hombre de quedarse mucho tiempo en el mismo sitio. A lo largo de su longeva vida terminó recorriendo por los más distantes lugares, desde la Universidad de La Sorbona (París) a la Universidad de Murcia, de Oxford a la Universidad de Sevilla. Su exilio en julio de 1938 tras haber sido encarcelado condicionó que no pudiese soltar la maleta ejerciendo su labor docente en las Universidades de EEUU y Canadá (Middlebury, McGill y Wellesley College) Italia pasando por Harvard y Puerto Rico.
Fue en 1977 cuando decidió tomarse la vida con más calma, trasladarse a Málaga donde poder contemplar el Mediterráneo desde su soleada casa en el Paseo Marítimo, cerca del famoso restaurante Antonio Martín y con vistas al puerto. Además del Premio Cervantes y el Premio Internacional Alfonso Reyes, fue nombrado Hijo Predilecto de Andalucía en 1983, un año antes de morir en Málaga un 6 de febrero de 1984.
Desde aquí os animamos a pasaros esta semana por el Cementerio Inglés donde descansa para siempre por su propia voluntad, y hacer vuestro propio homenaje tal como hicimos nosotros el año pasado, leyendo en voz alta, junto a su tumba, alguno de sus poemas, como éste, un ejemplo de tantos otros maravillosos:
Tarde mayor
Tostada cima de una madurez,
Esplendiendo la tarde con su espíritu
Visible nos envuelve en mocedad.
Así te yergues tú, para mis ojos
Forma en sosiego de ese resplandor,
Trasluz seguro de la luz versátil.
Si aquellas nubes tiemblan a merced,
Un día, de un estrépito enemigo,
Mescolanza de súbito voraz,
Oscurecidos y desordenados
Penaremos también. Y no habrá alud
Que nos alcance en la ternura nuestra.
Esos árboles próceres se ahíncan
Dedicando sus troncos al cénit,
A un cielo sin crepúsculos de crimen.
Si tal fronda perece fulminada,
Rumoroso otra vez igual verdor
Se alzará en el olvido del tirano.
Y pasará el camión de los feroces.
Castaños sin Historia arrojarán
Su florecilla al suelo -blanquecino.
Un ámbito de tarde en perfección
Tan desarmada humildemente opone,
Por fin venciendo, su fragilidad
A ese desbarajuste sólo humano
Que a golpes lucha contra el mismo azul
Impasible, feroz también, profundo.
Fugaz la Historia, vano el destructor.
Resplandece la tarde. Yo contigo.
Eterna al sol la brisa juvenil.